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G.O.

martes, abril 07, 2009

EL PREMIO


Soñó que estaba en un hotel de Praga. Por la radio decían que Borges había ganado el premio Nobel de Literatura. Lo decían en un idioma que desconocía, tal vez latín; sin embargo, sin comprender, entendía. Hacía sus maletas y volaba de regreso a los desiertos de México. En el trayecto recordaba que Borges estaba muerto y no sabía hacia dónde iba el avión.
***
Pablo Queiroz recibió la llamada muy entrada la noche, como a las dos o tres de la mañana. Estaba luchando por cambiar sus hábitos nocturnos sin mucha fortuna. Intentaba levantarse temprano y guardar el sueño para la noche. Redujo considerablemente la cafeína y se inscribió en un gym que frecuentaban dos colegas de la facultad y algunos alumnos de literatura. Había leído en una revista médica un articulo donde se confirmaba que desvelarse por largos periodos de tiempo dañaban la memoria y aumentaban de forma considerable las posibilidades de desarrollar alzheimer a una edad relativamente temprana. Por otra parte, se sentía cansado casi todo el tiempo, cosa que él atribuía precisamente a sus hábitos pocos sanos de trabajar por la noche y dormir hasta las dos o tres de la tarde. Cuando el teléfono sonó, estaba justamente en una de estas horas de raro trabajo, en los que se escribe sin escribir, llenas de pausas, de replanteamientos, que parecen una perdida de tiempo pero sin embargo son estrictamente necesarias; hay tiempo para fumarse un cigarro , para preparar un café, asomarse a la ventana, las líneas que se escriben se borran, las que se borran, vuelven a a parecer, esas horas en las que en definitiva se está ahí, sentando frente al escritorio durante horas, sin que necesariamente la novela se encuentre más avanzada a la mañana siguiente. Lo primero que pensó, fue también lo más improbable: se trataba de Laura, su ex esposa. La segunda ocurrencia fue, claro, la más obvia: se trataba de una llamada equivocada, una urgencia que perdía tiempo en marcar un número errado. La conversación fue más o menos así:
-Sí diga.
-Buenas Noches, quisiera hablar por favor con Pablo Queiroz.
-El está hablando.
-Soy Ricardo, Ricardo Altamar. Buenas Noches. Estoy llamándole para informarle que ha ganado el concurso internacional de novela Edgar Fisk.
-Perdón..
-¿Hola?
-Sí ¿De dónde dice que me habla?
-De Argentina. De La Fundación Edgar Fisk. En hora buena.
-¿Cómo dice que se llama el premio?
-El jurado llegó a una resolución unánime.
-Unánime-repitió maquinalmente Pablo- No, me parece que hay una equivocación.
-¿No es Usted Pablo Queiroz?
-Sí que lo soy, pero no tengo ninguna novela metida en competencia.
En ese momento tosieron al otro lado del auricular varias veces, luego se aclaró la voz y siguió:
-El automóvil pasará mañana por usted al punto de las nueve.
-¿Cómo?
-El automóvil que lo llevará a la fundación.
-Hay un error- dijo.
-No, contestaron.
-Sí- dijo.
-No-dijeron.
-¿Cómo se llama?
-Edgar Fisk. El premio Edgar Fisk, de la fundación Edgar Fisk.
-Sí. No. Pero no lo conozco.
La voz rió al otro lado del auricular.
-Por su puesto que no, pero eso no tiene importancia.
-Claro que la tiene, debe tenerla, por que le repito que no estoy concursando en nada, es un error ¿Cómo se llama la novela? -Hizo esa pregunta por que durante un tiempo el escritor Luis Vallejo, amigo y traductor de sus primeros libros, había vivido en su departamento y durante ese periodo, aunque relativamente corto, unos cuatro meses, había enviado y recibido una copiosa correspondencia, sobre todo de Europa y de Buenos Aires, de donde era nativo. Imaginó, pues, que por allí debía estar la confusión. El titulo ciertamente se le antojo Vallejeano: los libros postergados.
-Yo no escribí ese libro.
-Su nombre está en el sobre- dijo la voz.
-Pues es que puede estarlo, y mi domicilio si quiere, y mi teléfono, pero de eso a que yo lo haya escrito hay una distancia.- Hubo un silencio y por un instante Pablo se quedó muy satisfecho de la respuesta que dio, no solo por la palabras, sino por el tono decidido con el que las había dicho. Sin duda eso bastaría para resolver el mal entendido, nadie podría insistir después de una respuesta tan clara.
-El seudónimo es Horacio Camoes. Horacio Camoes-dijeron por el teléfono.
-No, no me suena.
-Es usted.
-No.
-Si.
Pablo rió. Okey, entonces sí, hijo de puta, pensó.
-¿Por que no le dan una revisada al asunto? Estoy seguro de que se darán cuenta del error.
-Para nosotros todo está claro. Usted es el ganador. Una decisión, le repito, unánime. Desde hace décadas el jurado no se inclina de forma unánime por una novela. Todos estamos ansiosos por conocerle en persona.
Pablo rió de nuevo.
-Mire, yo no escribí eso, es todo lo que tengo qué decir. Estoy ocupado.
-No quiero quitarle su tiempo, solo he llamado para informarle sobre este asunto y recordarle que es muy importante mantenerlo bajo la mayor discreción.
-De eso puede despreocuparse, a nadie le voy a ir diciendo que gané un premio que no gané.
-También es mi deber hacer los arreglos para que asista a la ceremonia de premiacion.
-Oh, sí. ¿Y cuándo será eso?- dijo sarcásticamente.
-Nosotros lo buscaremos.
-Da igual. No me vuelva a llamar.
-Qué tenga una buena noche, doctor.
Colgó. Casi inmediatamente después, también lo hizo Pablo.

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