Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

G.O.

viernes, marzo 06, 2009

FORMAS DE PERDER LOS LIBROS

LIBROS QUE HE PRESTADO Y NO ME HAN DEVUELTO, LIBROS QUE ME HAN PRESTADO Y TAL VEZ....

El primer libro que me prestaron, según recuerdo, fue En brazos de una mujer madura. Lo leí a escondidas, entre física y química, algunos descansos, y viajes soñolientos en el transporte público. Leí la novela totalmente fascinado; fue, en rigor, no solo la primera novela erótica que leí, sino la primera novela que leí , así sin más. Desconozco el autor, la editorial, y justo ahorita estoy dudando si se llamaba así. Solo recuerdo fragmentos, o mejor dicho, sensaciones, climas, registros infraleves del deseo. Sé que bastaría interrogar a Mr. Google para enterarme de todo esto y si bien me va, hasta encuentro una publicación pirata; pero he preferido no saber nada del tema para evitarme una decepción tardía que ya sospecho. Que recuerde, jamás regresé el libro a su dueño; en cambio, lo presté a otro compañero, y quizá éste a alguien más. Así inicia el ciclo que todavía hoy no termina. (De una vez aclaro: no me quejo. Un libro debería viajar. Siempre he tenido problemas con apilarlos y almacenarlos y encerrarlos y condenarlos al silencio de lo venerable; deberían y de hecho son como los billetes, hay que manosearlos, subrayarlos, intercambiarlos, abrirlos por la mitad , fotocopiarlos (sacarles el alma) descuadernarlos, descuartizarlos, palparlos, dejar que adquieran el humo y el olor de las manos que los tocaron: deberían circular, transitar, deshojarse, desaparecer)
El segundo libro que me prestaron fue Los sufrimientos del Joven Werther * Me lo prestó el mismo desafortunado amigo. Jamás lo devolví. Y sin embargo, ya no lo tengo conmigo. Por más que intento recordar qué fue de él, no logro averiguarlo. Lo presté, lo perdí, quizá nunca lo tuve. Se trataba de un pequeño ejemplar de tapa dura, color rojo. Según recuerdo, había otras obras clásicas editadas en la colección, incluyendo por supuesto el Fausto y algunas otras que no recuerdo. Hasta el momento, se podría decir que todo iba bien. Me prestaban sin tener que prestar. Era pues, un lector feliz y afortunado. Pero si hay justicia en algo es precisamente en esta ecuasion de libro quedado - libro prestado. Es un equilibro perfecto que asegura que siempre tendré más de cincuenta libros y nunca más de cien. Si nadie ha descubierto esta ley, les pido que se llame la ley de Paciano y que la pongan en el Wikipedia, ya si se puede, sin animo de abusar, en la enciclopedia británica .Por otra parte, ya se sabe que para hacerse de una biblioteca personal más o menos decente, hay que tener algo de dinero, mucho amor por los libros, pero sobre todo, ser un perfecto cabrón egoísta. Si lo hubiera comprendido a tiempo, hoy mi biblioteca sería la de un intelectual mediano, y no la de un aficionado. Esos dos libros, pues, fueron iniciativos en doble sentido: me iniciaron en la literatura, y también en el trueque. No pasaron ni siquiera muchos meses cuando presté a mis queridos Hermanos Karamazov, hasta eso en edición Porrua. Luego presté, casi inmediatamente, un libro de ensayos menores de Schopenhauer. : Sabiduría de la vida en torno a la filosofía el amor las mujeres y la muerte. Más o menos así y creo que en ese orden. La ley se cumplía: dos y dos. Nunca regresaron. Jamás. Como tampoco regresó mis El amor en los tiempos del cólera, ni he devuelto La muerte de Artemio Cruz. Del mismo dueño tengo el ejemplar dos de las obras completas de Borges, editado por Emecé, y la misma persona tiene mi Historia de los hoyos negros. Alejandra tiene, (ya aquí la ira no me deja seguir cronológicamente) mi libro las palabras y las cosas, Rayuela, que a su vez, era de Cristo, y la misma Ale tiene mi obsceno pájaro de la noche, sin albur: el novelón de Donoso. El primer amigo prestamista tiene Catedral, de Raymond Carver (duele, duele...) Y de un solo golpe me deshice para siempre, creo que para siempre, de Creí que mi padre era dios y el Oráculo de la noche, de Paul Auster. Emerson me prestó El capital de Marx (Sospecho que todo estudiante de filosofía ha prestado o le han prestado este libro en algún punto de la carrera) es el tipo de libro que uno, después de leer, suele prestar. Luego o antes no sé , vinieron mis obras completas de Nietzche. No. Perdón. Esas las vendí para invitar a una chava al cine. Muy jodido el asunto si pensamos que la cita nunca llegó a más y seguramente la pelicula fue un bodrio hollywodense. Bye Zaratustra. De nuevo más acá del bien y del mal. Más tarde llegó a mi vida, todavía lo tengo, el Tractactus (cuando llega el Tractactus, necesariamente, ya eres un prestamista experimentado, ya sabes negociar...por cierto que recientemente me quedé de ver con un amigo de la facultad para intercambiar precisamente libros. La escena que me vino a la mente (ya no leeré tanto periódico) fue la de dos narcotraficantes que se sientan en una zona medio clandestina. Dialogo : ¿tienes la mercancía? ¿La tienes tú? Los dos ponen sus libros sobre la mesa. ¿Están completos? Claro que estan completos, la otra mitad está en mi auto. ¿te importaría si le doy una hojeada? Adelante, claro. Abre el libro, lo huele (un libro comienza por olerse, es lo primero que hay que hacer con un libro) lee un pasaje. ¿Todo bien? Parece que todo está en orden, procedamos... ) En este trueque, presté Mi vida como hombre, (P. Rorth) Soldados de Salamina (J. Cercas) y Dinero (M. Amis) me prestaron : Lodo (G. Fadanelli) y Al otro lado (Heribreto Yepez) Presté antes de esto, ya muy reciente, mi Nocilla Dream. También hace poco, Gaby Cronopios me prestó 2666 (asqueada de una lectura que le pareció decepcionante, casi insultante; a veces me quedo pensando que en el fondo quería deshacerse de ese librote de más de mil páginas, aunque claro, no de los setecientos pesos que le costó) Yo le presté Recursos humanos del escritor tapatio Antonio Ortuño. En este punto alcancé el grado más estúpido vicioso y benévolo de un prestamista de libros, pues a los dos días de haberlo comprado, aun sin leerlo, apenas hojeado, me deshice de él. El libro me estaba gustando, sí, pero yo tenía -tengo- una enfermedad incontrolable que consiste en prestar libros ¿O era ley? En fin. Hasta el momento, Gabriela, no me has regresado mi libro de Antonio Ortuño. Es cierto que nos hemos quedado de ver y que no me has mencionado de 2666 ni yo de Recursos Humanos; como si los prestamos fueses más bien un intercambio permanente, cosa que creo bastante injusto, pues 2666 detiene la puerta sin ningún problema y el de Ortuño... bueno, seguramente encontrarás la forma de darle un uso práctico e inteligente. Por otra parte sé que me has pedido prestado La posibilidad de una Isla, de Houllebecq. Y te lo prestaré. Solo que me estoy despidiendo de él. Es un libro que realmente me gusta. Lo releí lentamente, dormí literalmente con él; lo subrayé sin reparos, sabiendo que es la única forma de permanecer en él y prepararme para dejarlo ir. Me reconforta saber que si hay alguien que me gustaría que se quedara con ese libro eres tú. Adiós Houllebecq, debes viajar.

*Me corrigo, Hector me lo prestó, se lo devolví, y más tarde se lo compré. O puede que lo haya sacado al fiado. El resultado es el mismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Claro, era de imaginarse... "iniciaste tu vida literaria activa con un libro erotico"... porque no me sorprende?