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G.O.

lunes, julio 27, 2009

de LOS LIBROS POSTERGADOS


Hace algunos años comencé a escribir una novela que me sobrepasaba por mucho, es decir: demasiado pretenciosa. Abandoné el proyecto, además, porque me estaba costando mucho trabajo alejarme de la influencia de los detectives salvajes; era casi imposible escribir algo sin plagiar. Sobra decir que muchos documentos se fueron a la papelera de reciclaje por esas razones.
Hace ya casi dos años que no agrego ni una sola página pero decir que he dejado escribirla no sería del todo exacto, ya que no hay día, pero ni uno, en que no la escribía mentalmente y termine por idearla y ordenarla y hasta olvidar (ciertos pasajes que la entorpecían) y acumular energía o impulso para retomarla en un futuro más o menos corto. La inicié en la etapa más importante de mi vida y de la que tengo un recuerdo vivo, vigente y poderoso. Comenzar a escribirla fue una forma de acercarme a mis amigos de aquel entonces, principalmente a C. y a T. pero también, un poco después, a G.C. y a M.L. y sería en un futuro también la principal razón por la que retomaría el proyecto.
Abajo copio y pego un fragmento, tal vez el inicial.


LOS LIBROS POSTERGADOS.
(fragmento)





Les entregué los poemas de Luis Blanco porque no sabía qué hacer con ellos. No quería quemarlos pero tampoco los quería tener cerca de mí. Primero pensé en Porrúa. Una amiga de la Universidad me dijo que tenía un conocido que era editor o algo en la Porrúa, pero después de darle muchas vueltas, decidí que mejor no. Nada más de pensar que ese cuadernito estaría por todas partes me dio pánico y luego tristeza. Y luego pensé en lo que nos contó el profe Miguel sobre un escritor creo que Yugoslavo. Según esto, al morir le dejo a su mejor amigo todos sus escritos, pidiéndole que los destruyera porque él no tenía el valor, y entonces el amigo éste la pública, le vale madres y la pública, o sea que traiciona la memoria del amigo. El maestro nos pidió que escribiéramos sobre eso, que si estábamos de acuerdo o no, que qué hubiéramos hecho nosotros, yo escribí en mi ensayo que primero era la amistad, obvio, primero la amistad y luego la literatura, y además hay que respetar la memoria de los muertos. Yo no sé si Luis quería que esto se publicara. Igual y sí. Pero al final preferí no hacerlo aunque más bien lo decidí por mí. Quería olvidarlo y no me hacía a la idea de que mis amigos tendrían en sus manos esas páginas, que mi mamá también, quién sabe, podría leer todo eso, pobrecita mamá con lo mucho que odiaba a Luis y a sus perros horribles. Ese libro me volverá loca, pensé, hay que olvidar, me dije, tienes que olvidar pinche Cristina. Perdóname, Luisito. Tú sabes que no puedo. Pero hay que hacerlo. No podía pensar que tus libros iban a estar allí viajando por el mundo, que los podía encontrar cualquier día detrás de las estanterías, (sí cabrona como si fueras mucho a las librerías) pero tampoco quería quemar ese cuadernito, no podía dejarlo por ejemplo debajo de mi cama o en una caja de zapatos, como si se tratara de un cadáver que hay que esconder y enterrar porque está pudriéndose. Eso no. Por eso se los traje. No puedo quemarlos; primero, porque todavía quiero muchísimo a Luis Blanco, y luego, en segundo lugar, porque lo odio. Las dos cosas al mismo tiempo. No me entienden. No me importa que me entiendan. Yo solo vine a darles todo lo que él escribió y nada más. Ni siquiera he tenido el valor de leerlo todo. Aunque en serio me gustaría saber si ustedes descubren el poema que dice que me escribió, puro verbo, nunca quiso escribirme un pinche versito por más que le rogara, por más que me pusiera triste y le dijera ándale ¿Por qué no me escribes algo? Así rogándole hasta que me quedaba dormida en sus brazos y despertaba y él se había ido. Otras veces le decía: ¿Le has escrito a otras chicas? Pero no era una pregunta. O sea que yo ya le había visto un poema que comenzaba con una dedicatoria, a una tal Elma. Qué pinche nombrecito para empezar, como de ogro. Y que me contesta que sí, que había escrito a muchas otras chicas y yo decía quiero leerlos entonces, solo para ponerlo en aprietos, para ver si tenía el valor de decirme la verdad; no es nada me decía, son poemas de amistad. Nunca leí algo bonito de él. Creo que uno sí era de amor, pero más bien era cruel. Seguramente lo van a encontrar allí si le buscan bien. No sé en cuál de todos. Son como veinte cuadernos azules, así de este tamaño, todos iguales. Los llevaba a todas partes. Íbamos a emborracharnos y allí estaban arriba de la mesa, bajo sus manos lindísimas, porque tenía unas manos lindas, con dedos largos como de pianista, unas manos que iban agarrando botellas y vasos de cerveza y dejaban un cigarro sobre el cenicero, así, como muy pose. Siempre me imagino sus manos agarrando un cigarrillo. Cómo fumábamos. Dos o tres cajetillas al día, como locos. Verdaderamente fumábamos. Yo al principio tardé en acostumbrarme a esa manía de los cuadernos, de que los llevara a todas partes. Sus amigos en cambio parecían haberse acostumbrado. Sobre todo Manolo. Sucedía a veces que ya estando en la plática, bien entrados, Luis Blanco te hacía un gesto así de permíteme tantito, o a veces ni siquiera eso te decía, abría su libreta, sacaba una pluma del pantalón, y comenzaba a trazar sus dibujos y a escribir sus cosas. A veces nada más anotaba unas palabras rápido, yo creo que alguna idea interesante que se le venía a la cabeza, la anotaba y podías retomar la plática enseguida. Pero otras veces pasaban dos minutos, tres minutos, cuatro minutos, quince pinches minutos y él escribiendo como si estuviera sólito, media puta hora y él ni siquiera se despedía de ti, tú le podías decir ya me voy, es tarde, Luis, te estoy diciendo que ya me voy ¿No me vas a llevar? En un segundo decía, pero seguía escribiendo en su pinche cuadernito, entonces yo decía no te preocupes me voy en taxi o a ver cómo, y todavía me esperaba un ratito para ver qué decía, pero solo hacía un gesto ambiguo y rápido que podía significar ok nos vemos mañana o que te vaya bien, quién sabe. La tercera vez que me desatendió de esa forma estaba lloviendo a cantaros. Y ya ven como jode en esta ciudad cuando llueve a cantaros. Es una lata. Las calles desaparecen, el agua se mete en los coches, algunos autos se quedan sin frenos , hay accidentes, las ratas huyen de las alcantarillas o las ves ahogadas, se hace un caos, un verdadero desmadre. Así que esa vez yo no estaba dispuesta a irme sola. Pero tampoco me iba a esperar como pendeja a ver cuándo se le ocurría pelarme. Así que me dije: muy bien, si así están las cosas, está muy bien, y me fui a platicar con sus amigos, que por cierto ya estaban tomados y hacían alboroto a unas mesas de distancia. Me dejé invitar tragos, me dejé chulear, dejé que Raul acercara su aliento putrefacto en mi oreja nada más para darle celos a Luis. Ash, la verdad es que me porté como una zorra, pero en una de esas, Luis levantó los ojos y cruzamos una mirada rápida y lo miré como diciendo: quieres seguir con tus dibujos y tus poemas de mierda, pues sigue ahí síguele, yo igual me vengo a divertir contigo o sin ti, pero de golpe bajó los ojos y siguió con las narices bien metidas en el cuaderno, nada más de vez en cuando levantaba los ojos yo creo para ver que no fuera demasiado lejos en ese jueguito de encelarlo, y por supuesto que se veía encabronadísimo, en fin, él se lo busca, si solo me haces caso cuando me pongo de zorra pues entonces está bien y sigue con tus dibujitos, pensé. Pero las cosas nunca pasaban de allí. En realidad yo no hubiera tenido las fuerzas para engañar a Luis Blanco. Y digo fuerzas, osea huevos, porque para eso una siempre tiene que tenerlos. Y además, ahora me doy cuenta: siempre le tuve un poco de miedo. O no era miedo, pero algo parecido al miedo. Tampoco respeto. Es decir, respeto sí, pero no me refiero a eso. Algunos de sus amigos también estaban igual que yo. De lejos tú notabas que preferían no meterse en problemas con él; otros lo odiaban pero eran unos jotos y miedosos y preferían mantener la distancia, se limitaban a odiarlo por debajo del agua, como quien dice. Pero ellos tenían sus razones. Sabían que Luis era un cabrón, que andaba en las peleas de perros, drogas y esas cosas. En mi caso tal vez era un miedo de a gratis, porque él jamás me habría puesto un dedo encima, ni siquiera cuando estaba borracho o se metía coca llegó a ponerme un dedo encima. Si se enojaba nada más se ponía callado y oscuro, como esas personas que prefieren no mostrar sus sentimientos, aunque pensándolo bien, a veces sí se daba sus encabronadas titánicas. Explotaba feo. Pero también sabía calmarse en los momentos difíciles o enojosos. Depende. Para alcanzar a percibir esos contrastes no había otra más que vivir muy cerca de él y por mucho tiempo, como hice yo, aunque en realidad no vivimos juntos más que dos meses; no resultó. Ya tendré que hablar de todo eso, de cuando nos fuimos a vivir juntos en un departamento chiquito, y yo le decía: por qué si tenemos dinero no nos mudamos a un lugar más grande. Luego entendería tantas cosas. En ese momento la felicidad me apendejo y ni modo. Ahora lo que me importa es hablar de ese librito porque de alguna manera siento que allí están todos nuestros problemas, o al menos gran parte de ellos. Era una agenda, un poemario, un inventario, una lista negra, un cuaderno de cuentas; era todo eso y todavía algo más. Si lo van a publicar ojala se pudiera hacerlo todo, desde la primera hasta la última página y sin que los editores le metan tanta mano ni intenten arreglarle nada, sin suprimirle una sola letra, incluso con todo y faltas de ortografía. Así tienen que estar, total que siempre fueron borradores. Pero eso lo digo solo en caso de que lo vayan a publicar algún día, cosa que es asunto de ustedes y de su asociación. Me gustaría que primero lo vieran y lo leyeran, que me digan si allí hay un poema que pueda considerarse de amor, me gustaría que vieran a Luis Blanco en el departamento del Zócalo, escribiendo como un loco, escribiendo después de no haber dormido en dos días, escribiendo con una botella de ron por un lado y con su revólver en la mesa, sin afeitarse el rostro, en calzoncillos, todo después de que lo emboscada que le metieron y de que le ahorcaran sus perros y se viera obligado a vivir como delincuente, es decir, cuando yo lo deje, la última vez que lo vi. Tal vez me urge hablar de esos cuadernos porque ellos dividen nuestra etapa feliz de la oscura e infeliz. Ahora que tampoco sé si realmente fuimos felices. Es solo un decir. Igual nada de eso es literatura ni poético y son puras tonterías. María me dijo una vez: esto hay que leerse como magia negra. No creo mucho en esas cosas o por lo menos intento ya no creer, pinche María cómo me metía ideas en la cabeza, lo único que sé es que yo ya le di muchas vueltas y a ver si no terminan igual que yo, sacando conclusiones que luego no más no van, viendo misterios donde nada más hay una broma, dándole vueltas y vueltas hasta que tu lectura vale madres y hay que buscar otras salidas o de plano ya se puede hacer nada más que tirarlo de loco. Ustedes sabrán. A mi desde el principio la verdad la verdad me desagradaron esos cuadernos. No los entendía. Me sentía pendeja. Por eso se los mostré a María llena eres de Desgracia, una fulana que yo creía que tenía unos dotes extraordinarios de adivina, una amiga que yo creía que era mi amiga, pero en fin. Cuando los vio me dijo: fíjate en este trazo. Y yo: ¿Cuál trazo? éste mensa, y me agarró la mano y la puso sobre una línea que era como el dorso de un perro ¿Lo ves? me dijo, está calcada con todos los huevos. Y sentí la línea, como una herida sobre el cuaderno. O una de dos, o tu amigo se quiere morir o no ha tenido sexo en un buen rato, está más claro que el agua. Igual estaba enojado cuando lo dibujó, sugerí; no, dice, fíjate, esta es una línea enojada, y me puso el índice sobre otra línea ¿notas cómo está el pulso? Yo quité la mano de allí y le pregunté si era lo mismo leer una mano que un dibujo y ella me dijo claro pendeja que es lo mismo ¿o crees que te estoy verbeando? Claro que es lo mismo, y se agarro dando vueltas y vueltas a las hojas para buscarme otro ejemplo, ahorita te muestro otra donde sí es como tú dices, que está enojado. Pero los dibujos se hacían cada vez más monstruosos y difíciles. Algunos ya solo eran un montón de líneas chuecas, de sombras y manchas y borrones y odios, hasta que se detuvo de golpe y se quedo viendo un dibujo ¿Qué? Dije. Pero no me contestó ¿Qué guey? Le dije e intenté arrebatarle el cuaderno, pero lo oculto y dijo: tú amigo está bien pero bien tripeado. (Todavía no le había dicho que era de Luis Blanco) Y me enseñó un dibujo que nunca había visto. Le dije: te lo juro que nunca lo había visto. Me temblaron las piernas y me dio un escalofrío en la nuca. Era yo. Unos perros como demonios me devoraban. Uno me agarraba por el brazo. Otro por el vientre. Uno más estaba tragándose mis tripas. Todo el dibujo era algo confuso, pero mi cara no. Mi cara estaba clarísima. Era yo. Justo el otro día me había sacado un pedote. Me encerró en el patio, diciendo que me iba a echar a sus perros. Como aquí. Estaba dibujada que no mames, muy bien, pero con un gesto de dolor que me dio mucho miedo. Pensé que alguno de sus amigos enfermotes lo había dibujado pero enseguida descubrí su firma en una de las esquinas, decía: Luis Blanco. Era su firma. De eso no cabe la menor duda. Y además era imposible que alguien tomara su cuaderno. Justo le iba a decir que ella me había predicho el encuentro con el dueño de ese cuaderno, pero me atajo: ¿Quieres que te lea las cartas? Yo hice un gesto que ella me entendió a la perfección porque luego luego chistó: no te preocupes, luego me lo pagas. Órale pues, dije, y ella puso el cuaderno a un lado y agarró su mochila, se puso a hurgar adentro de ella mientras decía: ni te preocupes eh, tengo unos remedios buenísimos para curarse de amores como el tuyo, así, todos locos. Me llegan un montón de chavitas que quieren deshacerse de sus novios psicópatas. Pobrecitas, yo las ayudo. Y a ti te haré un descuento. Mira, estas cartas nos van a decir todo. ¿Si es tu novio, no? Me preguntó. No. Mentí. Pero te lo andas tirando ¿No? Prendió incienso y me dijo que cerrara los ojos y que pusiera mis manos sobre un puño de cartas. Lo hice y pensé en los perros que me devoraban las tripas mientras una voz, la de mi amiga, me decía como desde otro mundo hasta de qué me iba a morir. La pobre ni siquiera se acordaba de que ya antes, mucho antes, me había dicho que conocería al autor de esos dibujos y esos poemas horribles. Así era ella: adivinaba y olvidaba. Me agarré recordando cuando me dijo: vas a conocer a un tipo que tiene el nombre de un color. Yo pensé en el rojo, en el morado: Alejandro Morado, por ejemplo, que no sé si exista esa nombre pero no suena tan mal. Pensé en julio negrete, negrete de negro, y ya por último, cuando María llena eres de Desgracia me tenía alucinando por sus predicciones amorosas, me dije por dentro: tal vez no es tanto un nombre sino el hombre: el príncipe azul, pero en seguidísima pensé: ay Cristina estas bien pendeja.
Pero efectivamente las adivinaciones de María fueron ciertas, y así conocí a Luis Blanco en un bar de la ciudad de México. Yo en aquel tiempo estaba enamorado de un poeta cuarentón que había agarrado una beca de doctorado en la universidad de Granada. Nos escribíamos casi todos los días, diciendo que nos iríamos a vivir juntos cuando volviera. Lo quería muchísimo, pero era una persona de lo más tiesa, así todo de lo más intelectual. Incluso cuando se le paraba el pito parecía un acto mental alcanzado por medio de la meditación más que de la excitación. Todos sus poemas eran sobre paisajes, sobre la muerte, sobre la condición del ser y todas esas cosas medio de hueva. Solo después descubrí que estaba de hueva. No congeniábamos. A mí me gustaban los poemas eróticos, los poemas de amor, me gustaba Gonzalo Rojas y Jaime Sabines de vez en cuando poquito de Octavio Paz, me gustaba incluso Sor Juana Inés de la cruz y Pita Amor también. Tenía una amiga enamoradísima de Sor Juana. Me decía: esa vieja me calienta severo. Y yo me reía y le decía: no mames, es una monja cómo puede calentarte. Entonces me leía un poema. No recuerdo cuál. Pero me decía, mira, aquí en esta rima, es como si te estuviera excitando el clítoris, está clarísimo, y repetía el verso y yo me quedaba aguantándome las ganas de reírme. No chinges a poco no lo sientes! Y yo soltaba la carcajada ¿No? Estás bien loca me cae, le decía, y ella fumaba de su cigarrillo complacida y decía: es que eres hetero. No vas a entender nunca ni madres. Y me leía otro poema, y otro, y otro. Y a veces yo pensaba en los billetes de doscientos pesos hasta que me daba vergüenza pensar en los billetes de doscientos cuando me leía a sor Juana. Pero estaba hablando de Jorge. Jorge escribía sonetos. Creo que jamás escribió un verso libre. Eso habría sido demasiado desorden para él, demasiado romper las reglas. Así que obvio poco a poco me dejó de interesar. Su poesía me aburría terriblemente y él a veces era más aburrido que sus poemas, pero dentro de todo, era una buena persona y me quería. Era amable, inteligente, era rico por herencia, no creas que por sus clases de literatura. Era guapo sin ser presumido y tenía una esposa y dos hijas qué también había dejado aquí en México cuando se fue a lo de su beca, pero las iba a dejar, ya no podía más. Eso me decía: “me estoy muriendo, tengo que estar contigo” Ya cuando estaba a punto de regresar a México, me escribió un mail diciéndome que quería volver a intentarlo con su esposa, quiero decir, intentarlo bien, sin infidelidades, y yo le escribí de vuelta diciéndole que era un puto, que se iba aburrir de la huevona de su esposa e iba a buscarme todo desesperado y entonces yo me daría el lujo de mandarlo a la chingada.

Ese misma noche entré a un cafecito en el que habría de conocer al hombre con el nombre de un color. Enseguida olí el tabaco, el olor a cerveza, los perfumes baratos, un poquito a mota. Había un espejo grande y un cuadro poca madre como de personas torcidas y con los píes grandísimos. Casi no había mujeres. Un tipo afinaba su guitarra acústica en medio de todo el barullo y la música tipo blues. Al fondo estaba Luis Blanco conversando con un círculo de amigos. Uno vestía de traje y llevaba una corbata así muy farola; otro tenía un aspecto medio afeminado, era delgado, más bien enclenque, y sostenía un cigarrillo largo y parecía como un muerto. Luis Blanco venía de Gabardina negra, cosa paradójica o más bien muy mamona porque adentro hacía un puto calor que no te la acabas, en todas partes se respiraba el sudor, se respiraba el cigarro, los cuerpos, todo como en las dizque discos de las kermeses de la secu que se improvisaban en un salón. Mis amigas y yo nos sentamos a tres mesas de distancia de ellos y pedimos unas cervezas. Iba María llena eres de Desgracia, Rosalba, una chica que estudiaba economía y dizque marxista, e Isabel, una pintora que por aquel entonces comenzaba a ganar buena pasta vendiendo bodegones a ancianos riquillos deprimentes. No voy a decir que me enamoré de golpe de Luis Blanco, porque no es cierto, o por lo menos eso todavía no queda muy claro. Pero tampoco voy a decir que me fue indiferente. Recuerdo que después de la segunda cerveza, María llena eres de Desgracia se me quedo viendo. Qué pasa, le dije con una seña. Se acercó y me dijo casi gritando, porque la música estaba muy alta: ya estas zorreando verdad, y se rió. Nah todavía no le dije, y también reí. No ya en serio te ves medio rara ¿qué tienes? y yo: no,pues nada guey. Lo que ya sabes nada más, dije refiriéndome al e mail de Jorge. Y ella: no, no es eso. Y yo: en serio nada. Y ella: en serio te pasa algo. Subí los hombros y allí quedó. Rosalba e Isabel se pusieron a hablar de marxismo con el bar man y otro tipo se les acercó. Creo que también era marxista. En un punto de la conversación, Rosalba dijo: me caga la gente como tú, que solo habla de marxismo para acostarse conmigo. Pinche Rosalba. O sea ¿Hay otra buena razón para hablar de esas pendejadas? Allá ella. María llena eres de desgracia me dijo: ¿Para cuántas chelas te quedan? Saqué mi bolsita. Ay no mames pinche economía. Sí alcanzamos a ponernos pedas. Y ella: ¿Qué tan pedas? Y yo: pues pedas normales, pero pedas. María d. dijo: ¿ves aquellos fulanos? y apunto en dirección de Luis Blanco y sus amigos ¿Qué tienen? Pues que allí está la fiesta. Yo le dije que no estaba de humor. Ya no mames, me dijo. no estoy de humor , ya veré al rato ¿Segura? Segura. Bueno pues yo sí quiero ponerme grave, voy a hacer unos truques. Ya se estaba poniendo de pie pero la detuve del brazo. ¿No puedes ir a otra mesa? Puta pero si son los más guapos, dijo. Y era cierto. El huesudo maricón dentro de todo era guapo. El tipo de apariencia italiana era guapo. El trajeado no se quedaba atrás, y Luis Blanco, por supuesto, también era guapo. Pero guapo raro. Ya le iba a decir que no me hiciera caso, que fuera con esos tipos, cuando ella se volvió diciendo: entiendo, no te preocupes, déjame el asunto a mí y se fue a sentar en la barra como a tres metros de Isabela. Pidió una bohemia, se cruzó de piernas, saco sus cartas de adivinación y me guiñó un ojo. Yo sonreí: peda segura, pensé.



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